Recientemente tuve uno de esos placeres en la vida que llegan sin avisar. Mi buena amiga Mary, que es una máquina de hilar ideas, fue la culpable. Hace ya algunos años realizó nuestro tour “Málaga y Picasso” con el que quedó encantada. Hoy día, ya es madre de un niño de 5 años llamado César. Cuando se enteró de que en la clase de su hijo tendrían un trimestre dedicado a la figura de Picasso, una bombilla se encendió en su cabeza y se acordó de mi.
La propuesta era simple y, a la vez, todo un reto. Dar una charla sobre Picasso a niños de 5 años. No tenía problema con la teoría, pero lidiar con una clase entera de pequeños seres revoltosos e inquietos era algo totalmente nuevo para mí. Eso significaba salir de mi zona de confort, algo a lo que mi amiga me empuja constantemente. Me lanza el guante y yo, debo admitirlo, acabo recogiéndolo (casi) siempre. Pero esta vez he de reconocer que tenía un poco de reticencia.
Mi experiencia con niños, aunque he disfrutado mucho de mis 4 sobrinos, se limita a poco más de eso y algunos hijos de amigos. Pero afrontarte a una pandilla de enanos efervescentes es otra cosa. Aunque me preocupaba el hecho de la atención o el interés que un niño de 5 años podría tener (o no) en el tema, lo que más me inquietaba era la manera de adaptar el sujeto, en este caso Picasso, a unos niños.
Sin embargo, Picasso da mucho juego con los niños. De hecho, tras esta experiencia, creo que debería ser obligatorio conocerlo a esa edad, cuando no se tienen prejuicios sobre arte y tu mente es todavía un lienzo en blanco. En realidad, el propio Picasso proponía que fuera el espectador el que terminara su cuadro. Es decir, que su arte no tenía un final cerrado, sino que cada uno lo interpretaba de una manera distinta, y todas eran válidas.
Así que me dirigí al colegio con numerosas imágenes que enseñar a los críos. Presuponía que iba a impresionarles, pero creo que fueron ellos los que me sorprendieron a mi. Durante mi charla repasé la familia de Picasso y su amor por los animales, buscando siempre el punto de conexión con los niños. A través de mi exposición fui mezclando obras de arte más convencionales con otras más distorsionadas. Fuimos descubriendo mujeres con seis dedos, con la piel morada, una estatua de un mono cuya cabeza era un coche de juguete, y así tantas otras peculiaridades que los niños no tardaron en resaltar.
Al final les propuse un juego donde tenían que diferenciar si las imágenes que les iba mostrando eran de su época joven, más académica, o de su época cubista y posterior, de un Picasso más maduro. Aunque pareció que al final habían captado la idea, la verdad no fue tan así. Era una especie de auto engaño que me gustó creer para justificar mi buen hacer con los niños. De todos modos, los críos se quedaron muy contentos por haber hecho una actividad diferente y espero que algo aprendieran.
Sin embargo, todo esto me dejó pensando. Que un niño de 5 años no vea tanta diferencia entre un cuadro realista, tradicional, de uno moderno, asimétrico y cubista, demuestra totalmente que el inicio en el mundo del arte se realiza de la manera más ingenua y tolerante. Como el mismo Picasso dijo, en una de sus tantas citas célebres, venía a decir algo parecido a lo siguiente “De niño siempre me tomé la pintura muy en serio, desde la primera vez. Quería pintar bien, como lo hacían los mayores. A lo largo de mi carrera he intentado soltarme de ese peso, de ese prejuicio que siempre tuve. Ahora quiero pintar libremente, sin ideas preconcebidas, como si fuera un niño”
Considero que fue una experiencia gratificante. El poder introducir una inquietud artística en seres que tienen toda la vida por delante es una sensación muy satisfactoria. Por supuesto, llamé a mi amiga para conocer las reacciones. Me comentó que las profesoras estuvieron encantadas, que la exposición fue motivadora, pero con lo que me quedo de toda esta experiencia es la manera en la que César, su pequeño de 5 años, se refirió a mí. Según él, soy «el hombre que sabe todo sobre Picasso”.